No volveré a brillar jamás porque cuando caiga moriré. Esa era la gran preocupación de ella; por eso permanecía inmóvil, casi sin respirar, para no caerse. Tratando de no perder el equilibrio, le transcurrieron varios minutos. En ese tiempo pensó lo lindo que sería ser observada por alguien que poseyera dotes de romántico, y que por lo menos al verla no se olvidara de su fragancia por mucho tiempo. Ella deseaba que alguien la admirara, añorara, que sintiera un inmenso deseo de tocarla. Así se cumpliría con la antigua leyenda que ella había oído desde que vino al mundo. El viento comenzó a soplar débilmente y formó cerca de ella remolinos de hojas secas. En el primer instante, un escalofrío la invadió. Luego, sintiendo que perdía el equilibrio, peligrosamente fue lanzada al borde, donde ella y sus dos compañeras lloraban, angustiosamente, mojando tiernamente el rededor de su hogar. Por suerte que el viento cesó inmediatamente, porque si éste hubiese seguido, ella y sus amigas habrían muerto.
Amanecía, el sol comenzó a tocarlas suavemente y de sus cuerpos brotaba una luz hechizadora. Cualquier persona que hubiese pasado por el lugar de seguro las hubiese idolatrado. Tan bellas como un pedazo de lucero escapado. Al verse brillar con tanta luz, con tanta pureza, adoraron al sol como el dios de la belleza, el dios que las hacía verse bellas.
La mañana comenzó a crecer. El sol se deslizó sólo un milímetro de su posición anterior. Ellas percibieron con mayor fuerza sus rayos. Todas vocearon al mismo tiempo: "El dios sol nos está llevando". Ante ella, sus dos amigas se iban reduciendo de tamaño, como si el dios sol se las tragara. No tuvieron tiempo de despedirse, se esfumaron tan rápido como lo hizo el viento.
-Quedé sola, con mi añoranza de ser tocada.
El viento comenzó a soplar de nuevo, no como antes, ahora con mayor fuerza.
-El dios sol brilla y sus rayos me queman, me consumen. El viento, el viento me lleva, me lleva entre sus dedos. Voy cayendo. Te odio, ¡maldito viento! Te odio.
El sol la consume, ahora es sólo un punto luminoso en el espacio. De lejos, sería un diamante volatilizado. Caía y el viento la llevaba lejos.
-Moriré y el culpable de mi muerte eres tú, ¡maldito viento!
A punto de desaparecer, cayó en un remolino de hojas secas y fue lanzada hacia lo alto.
-Dios sol, tu luz es poderosa y te quiero, porque el viento no podrá matarte como lo hace ahora conmigo.
Al bajar de las alturas vino a caer sobre la mano de un poeta. Su cuerpo, brillando con mayor fuerza que el sol, permaneció inmóvil durante un instante en la mano del poeta. El poeta acercó sus labios y besó el pedazo de estrella. Ella, al sentir el beso, murió. Nunca sabría que la leyenda se cumplió y que el poeta siempre esperaría la llegada del viento, para ver si éste le traería un pedazo de sol, como el día de hoy lo había hecho.